38 AÑOS DE LA DESAPARICION DE RODOLFO WALSH

25 DE MARZO DE 1977
 ULTIMOS MINUTOS DE UN HOMBRE COMPROMETIDO CON SU EPOCA

Algunos minutos antes, Rodolfo había depositado en un buzón de la ciudad una copia de su «Carta a la Junta». Su voz viajaba libre, esparcida en un papel manchado con carbónico y se burlaba de la infinaita estupidez de los chacales, lejos de aquella esquina de Humberto Primo y Entre Ríos, donde su extoaordinaria novela lleva a la página final.

Falta nada para las tres de la tarde. Rodolfo afloja el ritmo d ela caminata por la avenida San Juan, y antes de cruzar Entre Rios abre bien los ojos, en procura de alguna señal extraña. no advierte nada raro en la cuadra que debe transitar, hasta llegar a Sarandí. Camina Rodolfo, y los nervios que lo recorren siempre antes de cada cita vuelven a brotar. Conoce mejor que nadie el mecanismo por el cual tantos compañeros han caído: el secuestro, la tortura, la cantada, la cita envenenada.
A mitad de cuadra percibe un gesto llamativo en el rostro de un transeúnte. La alarma dentro de su cabeza se enciende. No hay tiempo de parar y volver sobre sus pasos, resultaría demasiado evidente. No hay forma de cruzar la calle. Rodolfo decide pasar caminando con la mejor cara de nada, con la esperanza de no ser detectado. Ahora s+i sabe lo que sucede. lo huele en el ambiente. Advierte las sombras ocultas, las caras impostando distracción, los chacales merodeando a su presa. Cruza la emboscada casi sin respirar. Parece que zafa. Parece que logra llegar hasta la esquina y doblar la cuadra y perderse en la calle y mezclarse entre la gente. Pero escucha a sus espaladas la voz de un chacal, que lo reconoce. Rodolfo no duda: saca de su bragueta la pistola Walther PPK calibre 22, que le había regalado Lilia para su cumpleaños, en 1974.
Empuña el arma diminuta y corre a parapetarse detrás de un coche. Los chacales tienen orden de atraparlo vivo, se le van al humo. Rodolfo dispara una vez, dos veces. Se reíste, combate con la sangre hirviendo en su cabeza haste el último segundo.
Rodolfo Walsh no se entrega. No es un mártir, no es un suicida, es un combatiente y lo confirma una vez más aquella tarde…Los chacales desenfundan y llueven balas por toda la calle.
«El está totalmente dispuesto a no caer vivo, porque sabía que con él se iban a ensañar y apartir de su compromiso polítoco comprendía el riesgo de su propia muerte», señala su compañera Lilia. El Grupo de Tareas de la Esma fracasa en su misión de atraparlo con vida. El rejunte de cobardes que ensucia la calle con la prepotencia de las armas lo integran Jorge Acosta y diez esbirros…
Fragmento del libro: Rodolfo Walsh. Los Años Montoneros
Fuente: Cuadernos de Sudestada, Producción Riachuelo

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