A 25 AÑOS DEL REVOL-CON
En esta semana se cumplieron 25 años desde la caída del Muro de Berlín, punto de inflexión de la historia. Tanto que el gran Eric Hobsbawm lo demarca con el fin del corto siglo XX, iniciado con la revolución soviética. Una era culminó con el desmoronamiento, que se generaba desde adentro del bloque comunista, que se corroía. Fue un gesto de libertad que selló el fin del socialismo real.
La derecha mundial atravesaba un gran momento, una ofensiva arrolladora que se coronó en Berlín. Margaret Thatcher gobernaba desde tiempo record Gran Bretaña. Ronald Reagan había terminado a principios de 1989 su segundo mandato, lo sucedía otro republicano, el primero de los dos George Bush. El Papa polaco, Juan Pablo II, popular e itinerante (Francisco no fue el primero), era un furibundo militante anticomunista. Fue el único de esos tres grandes líderes reaccionarios que siguió en su sitial largos años para disfrutar lo sucedido. Pero todos contribuyeron al cambio de configuración del poder mundial.
Se hablaba por entonces de “revolución conservadora”, un oxímoron de aquéllos. El historiador y ensayista Arturo Armada creó un apócope más expresiva y precisa: revol-con. Bruto revolcón que dio por tierra con conquistas acumuladas durante más de cuarenta años, sólo para empezar.
La victoria política y económica era, cómo no serlo, también cultural. El individualismo avanzaba contra la solidaridad, en el mundo de los valores y en el de las prestaciones del Estado. Hollywood no podía privarse de asistir a la fiesta: Rambo iba por la tercera película de su saga, estrenada en el ’88. El héroe interpretado por Sylvester Stallone se había mudado de Vietnam a Afganistán para ayudar a los locales contra los soviéticos. Floja prospectiva de Rambo, acompañando a grandes enemigos del futuro. No hay cómo culparlo: la mirada estratégica no era su especialidad y la fantasía de fin de los conflictos impregnaba pensamientos más sofisticados que el suyo.Hablamos, por ejemplo, de un libro canónico de los tiempos de fronda: el de Francis Fukuyama. El intelectual orgánico dictaminó el advenimiento del fin de la historia, tal y como había ocurrido. La democracia liberal y el capitalismo habían ganado la batalla última, que no tendría revancha ni habilitaría nuevas contradicciones de similar tamaño. Optimismo cándido o avieso, vaya a saberse. Fukuyama negaba la dialéctica, que siempre regresa: toda tesis genera sus antítesis y la síntesis ulterior solo vale como una tesis que acompasará nuevos conflictos. Hegel y Marx sabían bastante, aunque no haya que seguir sus textos como a un misal.
La dialéctica entre las potencias capitalistas y el bloque soviético no halló su síntesis en el “neoliberalismo” rampante. Fue una victoria parcial, una goleada si se quiere, pero insostenible sin batalla dado su carácter excluyente.
Por ahí los estados benefactores que eran socavados sin piedad ni respeto fueron, si no la síntesis, una buena resultante de la tensión entre los dos “modelos”. El cuco comunista forzó a los gobiernos occidentales a ampliar la protección social, el intervencionismo estatal, la promoción del empleo, las políticas públicas amplias en materia de salud y jubilaciones.
El New Deal fue la versión norteamericana, las socialdemocracias fueron las europeas aunque los gobiernos de centroderecha también prestaron atención a esas variables.
En la Argentina, el primer peronismo, en particular el primer mandato de Juan Domingo Perón, comprendió el núcleo de la cuestión. El mayor estado providencia de este Sur, uno de los más expandidos del planeta, protección laboral jamás vista, consumo y derechos para todos y todas.
Una fecha simplificadora, desde ya, fija en 1975 el fin de los treinta años gloriosos. Se erosionaron claves del capitalismo tutelar. Entre nosotros, el ’75 fue el año de la hecatombe del mandato de Isabel Perón, del Rodrigazo, el preludio del golpe militar de 1976.
En 1989 el peronismo volvía al poder: Carlos Menem presidente. Cuando el muro implotó, el riojano ya había mostrado su verdadero rostro pero su proyecto no hacía pie. Zigzags en la política económica, inflaciones e hiperinflaciones, ahorros confiscados. Su hora llegaría en 1991 con la Convertibilidad, que estabilizó la moneda y a su vera la economía y la política. También fue el momento en que sacó de la galera a Eduardo Duhalde, Ramón Ortega y Carlos Reutemann como candidatos a gobernadores. La estabilidad y las pegadas políticas (los tres ganaron en sus provincias, dos fueron reelectos luego y tallaron alto por más de una década) consolidaron al adalid local del revolcón. Diez años hubo, entonces, de gobernabilidad neoliberal. Muchos iban cayéndose del mapa, pero tardaron en percatarse.
La Alianza que presidió Fernando de la Rúa no entendió que había que cambiar porque la inestabilidad y la desoladora injusticia creciente habían limado la gobernabilidad.
En nuestro país, por ahí, el siglo XXI comenzó cabalmente en diciembre de 2001.
ANIVERSARIO DE LA CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN
Fuente: Fragmento de «El Muro y las construcciones» de Mario Wainfeld publicado en Pagina 12