AMPARADOS POR EL PODER
“Llegar” al taller textil, el circuito del migrante

La noche anterior a cruzar la frontera con Argentina, la mamá de Juan pagó un colchón en una habitación para dormir con sus dos hijos de 9 y 7 años. Viajaban desde La Paz (Bolivia) y tenían como destino Buenos Aires. Era febrero de 1991: esa noche en Villazón la madre durmió sentada, abrazándolos. Un día y medio de viaje después llegaron a Once. Los fueron a buscar unos primos y los llevaron a reencontrarse con el papá de los chicos, que los recibió en el taller de Flores en el que trabajaba. Las primeras cinco noches Juan y su hermano durmieron en una cucheta en un pasillo. “Yo, cuando llegué, llegué a un taller”, contó Juan a Cosecha Roja.
Juan es Vásquez, de Simbiosis Cultural, un colectivo con raíces bolivianas. “Somos los retazos que se animaron a quedar fuera de ese maldito molde. El rubro textil fue y es un tema troncal en el colectivo, nos atraviesa a todos”, dicen. Ellos, La Cazona de Flores, la Cooperativa de la Escuela, docentes y familiares se reunieron la tarde del jueves en la plaza de Av.Gaona y Caracas para pedir justicia por Rodrigo y Orlando, los dos niños bolivianos que el lunes murieron atrapados en el fuego del taller de Páez y Condarco.
Los maestros no quieren hablar con la prensa: acordaron no contar intimidades de la comunidad educativa. Ellos y los alumnos tienen un nudo en la garganta desde que supieron la noticia. La mitad de los chicos que reciben en las aulas de la escuela 4 de Flores son migrantes. Varios viven en talleres y les cuesta sostener la asistencia. “Cuando recibís la lista de alumnos, en la columna de ‘profesión’ aparece mucho tallerista o costurero”, contó a Cosecha Roja Nelson Grande, que fue maestro de Rodrigo en 4to grado.
“Cuando un migrante llega alguien le dice: esta es tu cama, este es tu trabajo, esta va a ser tu comida. La mayor vulnerabilidad de alguien que viene de afuera es que se le han cortado todos sus lazos sociales. Eso hace que acepte las condiciones”, dijo Vásquez a Cosecha Roja. A diez años de vivir en Argentina, Delia trabaja en un taller de 7 a 16, con un sueldo acorde y sin maltratos.
Para Vásquez es un camino de ida. “Una vez que la persona se lo cuestiona, no hay vuelta atrás”, dijo. Él insiste con que la mediatización suele simplificar: “Se termina asociando migrantes con talleres, con ilegalidad, con todo lo negativo”, dijo. Su propuesta es debatir con los costureros. “Hablar en términos de ‘explotación’ o ‘víctima’ no sirve: hay que entender la naturalización que han hecho a lo largo de su historia de determinados vínculos”, dijo.
Al que recién llega lo llaman “chuequista”, una broma para describir cómo les sale usar la máquina Recta. El Rectista es el que más gana en un taller, le pagan por producción. A las mujeres -que suelen tomar la Overlocker y les dicen “Overlocas”- y a los ayudantes les pagan por mes. Todos forman lo que llaman “cadena”: no se puede cortar el ritmo. Con eso los presionan cuando alguno quiere ir al baño o tomar un descanso.
Se calcula que hay alrededor de 30 mil talleres clandestinos entre Capital y Gran Buenos Aires. Las formas de explotación son diversas: desde lugares en donde el sueldo lo pagan en tres cuotas, hasta otros que tienen tres baños para 250 personas.
***
A cuatro días del incendio, familiares, amigos y vecinos, hicieron una misa en la iglesia que queda en di
agonal a la casona de Paéz y pintaron un mural en la esquina para recordar a Rodrigo y Orlando.