Construir un nuevo bloque histórico
Consolidar la alianza de clases y sectores sociales es el desafío para llevar adelante las transformaciones estructurales que, indefectiblemente, afectarán intereses poderosos.
[Oscar Valdovinos. Abogado laboralista, especializado en derecho colectivo del trabajo, Miradas al Sur]En la nota publicada en Miradas al Sur del 1/3/15, bajo el título “El bloque social indispensable”, se alertó sobre las debilidades de la alianza de clases y sectores sociales que ha dado sustento a los progresos logrados en los últimos doce años, y acerca de la necesidad de restablecerla en plenitud, consolidarla y fortalecerla. Especialmente, porque los desafíos futuros implican afrontar una nueva realidad socioeconómica –por cierto, cruelmente injusta–, cuya transformación requerirá cambios estructurales y afectará intereses poderosos.
Ahora bien: ¿qué es lo que dificultó que esa consolidación se efectivizara antes?
Veamos –con la brevedad que el espacio impone– qué pasó con cada uno de los sectores involucrados y qué habrá que considerar para lograr la cohesión comprometida.
1.El neoproletariado. El tránsito de la sociedad industrial a la economía global financiarizada, el desplazamiento de la burguesía industrial por los tenedores de activos financieros en la cúpula del poder económico y la nueva organización del trabajo derivada de esas circunstancias (sumado el alucinante proceso de innovación tecnológica) han provocado fuertes mutaciones en la estructura social. Las antiguas empresas frondosas, piramidales y verticalmente integradas son sustituidas por la “fábrica difusa”, vinculada en red con otras tan difusas como ella. Esos cambios, sumados a la fluidez mutante de los mercados, determinan que se reduzcan al mínimo los planteles estables, integrados por trabajadores regularmente contratados, sindicalmente representados y legalmente protegidos y se externalicen, en la mayor medida posible, las tareas propias de los respectivos procesos productivos. Al mismo tiempo, el cambio tecnológico impacta severa y negativamente sobre el nivel de empleo, suprimiendo muchos puestos de trabajo y creando algunos, generalmente de alta calificación. La consecuencia es la reinstalación del desempleo como un fenómeno estructural y crónico, la precarización del trabajo y la expulsión de vastos sectores obligados a autogenerar nuevas ocupaciones, siempre informales, sin dependencia jurídica de un empleador.
Esos trabajadores de la marginalidad y la exclusión constituyen un componente indispensable del bloque social transformador, porque ellos son ahora “los que nada tienen que perder, salvo sus cadenas”. Y, precisamente por eso, los llamados a erigirse en el núcleo más dinámico del nuevo sujeto social.
En la última década fueron asistidos mediante políticas sociales diversas. Su situación mejoró y su poder adquisitivo creció sensiblemente. Pero su vida no cambió. Al proletariado de mediados del siglo pasado el peronismo sí le cambió la vida, partiendo del salario, la legislación laboral y el delegado en la fábrica, hasta llegar a la vivienda propia, el acceso de los hijos a la universidad, el turismo como un bien naturalizado, la protección de la salud y la jubilación decorosa. Es la distancia que media entre la mejora material y la dignidad asumida. Por eso, “los sindicatos son de Perón” y, durante medio siglo, los trabajadores se mostraron dispuestos a dar “la vida por Perón”. Era, en definitiva, una metáfora de su decisión de defender la dignidad conquistada.
La mejora material suscita adhesión y apoyo… hasta que la inflación comienza a dañarla. Una vida nueva identifica y fideliza para siempre o por mucho tiempo. Por eso, para que el dinamismo del neoproletariado se transforme efectivamente en el núcleo impulsor del bloque social agente del cambio histórico, deberá saber que lucha por algo más que una mejora relativa de su poder adquisitivo. Deberá sentir en sus entrañas que lucha por su dignidad y que eso significa cambiar su vida, la vida de sus hijos y de los hijos de sus hijos, definitivamente.
2.La clase trabajadora tradicional. Los trabajadores que fueron vanguardia de la lucha social en los dos siglos anteriores no escaparon a la explotación, pero lograron alcanzar una situación considerablemente resguardada, especialmente a partir del Estado de Bienestar. Se han convertido en una nueva capa media, no obstante lo cual siguen poseyendo una capacidad de presión incomparable que los hace titulares, todavía, de un gran potencial transformador. No es imaginable la posibilidad de un cambio positivo de las relaciones sociales sin su presencia protagónica. En nuestro caso, su fractura en varias organizaciones enfrentadas es uno de los pecados más imperdonables cometidos en los últimos años. Será indispensable su reunificación, asumir que los liga una identidad en esencia compartida con los trabajadores de la informalidad y avivar el fuego sagrado que simbolizó su gesta revolucionaria durante aquellos dos siglos, con la esperanza de que queden rescoldos.
3.La clase media. La suerte de la gran mayoría de las personas que se consideran de clase media mejoró sustancialmente en la última década y su futuro depende también de que podamos seguir avanzando, aunque muchas no lo acepten. Es imperativo lograr que ellas mismas lo comprendan y eso sólo será factible si comenzamos por entender sus propias inquietudes. El reclamo de seguridad, transparencia y buen funcionamiento institucional es legítimo, compartible y saludable. Escucharlo y darle respuesta eficiente ayudará más que ningún otro factor a que puedan percibir los comunes denominadores que las unen con los demás y la consiguiente necesidad de coincidir en las acciones, las demandas y la selección de los instrumentos para hacer realidad los fines compartidos.
4.El empresariado. Hace alrededor de un siglo que muchos argentinos aguardan la irrupción de una burguesía nacional que encabece un proceso de desarrollo capitalista pleno y siente las bases para la construcción sólida de un país próspero, en el que pueda desarrollarse una sociedad más equitativa y avanzada. Fue una ilusión que deslumbró a Carlos Pellegrini, alentó a los líderes radicales, se expresó en figuras como Miguel Miranda y José Ber Gelbard, se instaló fuertemente en el desarrollismo de Frondizi y Frigerio y hasta condujo a Néstor Kirchner a procurar el rescate de YPF a través de la presencia del grupo Eskenazi. Ya es hora de pensar que se trata de una entelequia o que fue una ilusión que se disuelve como un trozo de hielo bajo el sol.
Pero sí existen empresarios nacionales, urbanos y rurales, que contribuyen con su esfuerzo a la creación de riqueza y que deben ser alentados por un programa económico que tienda a optimizar las cadenas de valor y concretar en su máxima dimensión el potencial productivo argentino. También ellos son un componente necesario.
5.El pensamiento y la militancia. Los intelectuales –pensadores, científicos, profesionales, docentes, periodistas–, así como los jóvenes militantes, serán esenciales como portadores y transmisores de una nueva visión liberadora. Ello así, en tanto puedan diferenciar la sumisión incondicional de la lealtad creativ
a. El ejercicio de la libertad intelectual es un atributo irrenunciable, pero además constituye un aporte esencial al diseño estratégico del proyecto nacional. La eventual pretensión de comprimirlo al nivel de la obediencia acrítica equivaldría a desistir del futuro.
Todo eso deberá ser computado para reformular el bloque social indispensable.
Que deberá sumar una fuerza arrolladora para vencer la resistencia de los intereses dominantes, pero que también deberá alcanzar la amplitud de las muchedumbres populares, porque la lucha se libra en democracia y porque la victoria conlleva, precisamente, la voluntad de preservarla, profundizarla y enriquecerla.
Ahora bien, la posibilidad de que un sector social se convierta en un nuevo bloque histórico capaz de remodelar la sociedad bajo una nueva escala de valores, depende del número y del vigor, pero sobre todo de que sea capaz de impregnarla con su pensamiento transformándolo en sentido común del conjunto. Eso supone, insoslayablemente, vencer en la batalla cultural que aún no se ha ganado. Pero de eso hablaremos el domingo que viene.